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El Teatro Cenit recibirá en Roma el premio de la crítica por su metodología ‘Teatro como puente’.

 

Afuera del taller quedan las historias de tortura, de vejámenes. Por la puerta pasan el bagaje vital, los cantos de alegría, los bailes de emoción, todos esos detalles con los
que se celebra la vida. Adentro, está un teatro que busca recomponer el alma de esas personas que afuera han soportado todo tipo de dramas.

Nube Sandoval y Bernardo Rey empezaron con esa forma de trabajo hace más de 20 años en zonas de Ciudad Bolívar y Bosa, en algunas cárceles de Bogotá y también con habitantes de
calle y poblaciones en condición de desplazamiento en otras regiones del país. “A mediados de los años 90 nosotros empezamos a entender que teníamos entre las manos un
instrumento, un material, que aplicado en ámbitos sociales vulnerables surtía un efecto realmente inmediato, eficaz, directo”, cuenta Sandoval.

Así nació el ‘Teatro como puente’, una metodología que después de probarse en Colombia viajó a Europa para trabajar con miles de refugiados y rompió la barrera del idioma con la
partícula más pequeña del teatro, su átomo fundamental, como lo define Sandoval: el trabajo físico.

Los dos artistas, que fundaron el Teatro Cenit en 1992, ahora viven una racha de reconocimientos, como el Premio Catarsi-Teatri delle Diversitá 2017, que la Associazione
Nazionale di Critici Teatrali de Italia (Anct) y la Revista Europea Teatri delle Diversitá les entregarán este martes en Roma.

Los dos decidieron radicarse en Italia influenciados por un deseo teatral, trabajar con el fallecido Donato Sartori, creador del Centro Maschere e Strutture Gestuali y uno de
los maestros más importantes del manejo de las máscaras. Pero una vez allí, Sandoval y Rey se enfrentaron a la pregunta de ¿para quién querían hacer teatro?
Fue así como empezaron a formar lazos con el Consejo Italiano para los Refugiados, que se encarga de hacer procesos de reintegración psicosocial en ese país. “Es una
organización que ha entendido, y esto es muy importante porque realmente es un clic, que el arte es realmente un instrumento indispensable para procesos de resiliencia, de
integración y de inclusión”, dice Sandoval.


El punto del que partieron los dos creadores colombianos fue cómo una persona en condición de desplazamiento tiene que reinventarse en un contexto completamente diferente del
suyo. “Nos dimos cuenta de que las raíces culturales son fundamentales y por eso siempre fue importante el trabajo con eso que crea un nexo fuerte entre la persona y la memoria
de su cuerpo y su experiencia, de su tradición, del contexto del cual proviene que no ha sido tocado por el evento traumático”, cuenta Sandoval.

A los participantes se les pedía, por ejemplo, que recordaran las canciones de la
infancia. Sandoval y Rey conformaron así una conmovedora colección de cantos de Congo, Afganistán, Burundi, Costa de Marfil, entre otros países, que hablan sobre acciones tan
cotidianas como cosechar o pescar, sobre escenarios tan trágicos como la guerra u otros que se dedicaban a la acción vital de parir.

“Era ver la luz en los ojos, que estaban completamente opacos; verlos empezar a iluminarse, florecer y encontrar que son alguien, que no son solo números de la cantidad de
personas que llegaron en el barquito a Sicilia, sino que son una persona con nombre y apellido que tuvieron una abuela que le cantó una canción”, enfatiza Sandoval.

Desde el principio, la elección ética y estética de este teatro fue no tocar la tortura como tema. Hubo algunas excepciones, pero por pedido expreso de los refugiados, como el
caso de un kurdo que vivió un Turquía y estuvo preso durante siete años. Todos los días fue torturado, sin parar. “¿Te puedes imaginar cómo estaba de devastado este hombre a
nivel físico y psicológico? Era un nudo de cicatrices y de rabia, de resentimiento y de dolor. Con el taller empieza este cuerpo a aflojarse, esa mirada a suavizarse”, recuerda
Sandoval.

En ese momento, el grupo estaba montando 'El lenguaje de la montaña', una obra de Harold Pinter que justamente se desarrolla en una cárcel turca llena de kurdos. La pieza se
centra en una jornada de visitas, ese día en el que los presos se reencuentran con sus madres, esposas, hermanas, novias y abuelas, pero los guardias deciden prohibirles hablar
en kurdo, les impidieron comunicarse en su idioma natal.

“Él nos dijo en ese momento: ‘Yo necesito que nos traigan un intérprete, necesito contar mi historia pero la quiero contar en kurdo’. Entonces buscamos a alguien que hablara
kurdo y nos tradujera en italiano y nos contó todo lo que le pasó en esas cárceles”, añade Sandoval.

Además del impacto académico, social y político que tuvieron estos once años de trabajo, Sandoval también destaca que nacieron piezas muy válidas a nivel artístico, que se
pasearon por representativos escenarios de Roma, como los teatros Palladium, Argentina, Quirino e India. “Fue muy importante porque era presentarse en unos escenarios
prestigiosísimos con personas que cinco meses atrás habían llegado vueltos nada a las costas italianas”.


TOMADO DE: www.eltiempo.com